Historia de la plaza de abastos de Tarifa

Historia de Tarifa

La primera plaza de abastos estuvo disponible el domingo 1 de marzo de 1835, aunque sin haberse acabado del todo la obra, sobre el antiguo solar de los trinitarios calzados

La reconstrucción de los años 20 del siglo XX culminó con la reapertura el 4 de agosto de 1928

La Sociedad Económica de Amigos del País de Tarifa

El patio cubierto del mercado tarifeño en la actualidad.
El patio cubierto del mercado tarifeño en la actualidad.
Andrés Sarria Muñoz

03 de abril 2023 - 23:00

El inicial mercado callejero

De tiempo inmemorial, el mercado de verduras, frutas y otros géneros alimenticios ocupó las céntricas calles de San Donato y la de Azogues, convertidas en un verdadero zoco. Tirando del hilo, podemos remontarnos incluso a la época musulmana de la ciudad, como revela de manera inequívoca el nombre de la dicha calle Azogues. Los azogues ‒del árabe hispano assúq‒ eran las plazas o sitios de un pueblo donde se instalaba el mercado callejero en aquellos remotos días.

La pescadería se emplazaba en la Puerta del Mar, junto al portón del castillo, donde los pescadores desplegaban sus capturas en el mismo suelo y a pleno sol. A comienzos del siglo XVII también el matadero municipal fue trasladado a este lugar, permaneciendo aquí hasta la década de 1860. La carnicería estuvo en la calle de la Santísima Trinidad, en la conocida como torre del Pósito debido a que su planta alta fue almacén de granos.

En los últimos años del siglo XVIII hubo un intento serio de abrir una plaza en el solar que hoy ocupa la casa amarilla, en la calle Sancho el Bravo esquina con San Donato. El Ayuntamiento pretendió comprarlo en 1791 antes de que el dueño, Francisco Vides, construyese aquí una nueva vivienda. Sin embargo, este proyecto fracasó porque a última hora el tal Vides rompió el acuerdo pactado.

Sería entonces cuando el Consistorio desplazó el mercado, llamado asimismo plaza de la verdura, de la calle San Donato a la de la Santísima Trinidad, junto a la carnicería. En 1821 otra vez se cambió de ubicación, llevándolo a la Plaza Nueva o de los Mesones, donde algunos años después se instaló la fuente pública que aún se mantiene. Los vendedores de carnes y otros pidieron volver al anterior sitio de la calle de la Trinidad, y si bien en un principio se les negó, en febrero de 1825 ya sí pudieron regresar.

Plano esquematizado de comienzos del siglo XIX, con identificación de los distintos emplazamientos del mercado.
Plano esquematizado de comienzos del siglo XIX, con identificación de los distintos emplazamientos del mercado.

Mientras tanto, la Sociedad de Señoras ‒sección femenina de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tarifa‒ había reclamado en 1822 el solar en ruinas del extinguido convento de la Santísima Trinidad con objeto de acudir a las necesidades de los niños abandonados. Por su parte, los regidores determinaron que sería más provechoso construir aquí una verdadera plaza de abastos, cobrando un tanto anual por el alquiler de los puestos. No obstante, este plan no se realizó de momento.

Después de estas y algunas otras ocurrencias, el Boletín Oficial de la Provincia de 2 de diciembre de 1834 anunciaba la construcción del tan anhelado mercado tarifeño. El Ayuntamiento destinaría el importe percibido por su arrendamiento para sufragar las urgencias económicas de la Casa Cuna. También se valoraba que con esta obra se facilitaría trabajo temporal a los artesanos y jornaleros locales, que a duras penas podían entonces mantener a sus familias. Aquellos eran tiempos de una gran penuria en el pueblo, agravada a causa de la epidemia de cólera sufrida en el verano de ese año.

La primera plaza de abastos (1835-1927)

Así es que en 1834 el Ayuntamiento recuperó esta extensa y desaprovechada parcela, que se había convertido en un basurero y lugar donde se cometían actos deshonestos desde que los trinitarios calzados abandonaron el convento en 1771. De manera que su reutilización contribuiría a la mejora del ornato urbano, aparte de eliminar un paraje tan perjudicial para la salubridad y el decoro moral de los vecinos.

El Consistorio no tuvo que hacer frente a mucho gasto para acondicionar el solar. Habiéndose conservado los muros y cimientos antiguos, fueron reaprovechados para edificar. Finalmente, la plaza de abastos estuvo disponible el domingo 1 de marzo de 1835, aunque sin haberse acabado del todo la obra.

En el patio se colocaban los tenderetes de verduras, frutas, y demás productos bajo cobertizos unos y sin techumbre alguna otros. La pescadería no llegó a terminarse, habiendo previsto que debía estar bajo techo para evitar el deterioro del pescado por el sol. Este primer mercado también disponía de un corral junto a la muralla, donde se encerraban gallinas, cerdos y otros animales.

Entrada a la primitiva plaza de abastos por la pescadería desde la plaza de San Julián.
Entrada a la primitiva plaza de abastos por la pescadería desde la plaza de San Julián.

Se tenía la intención de añadir una planta alta cuando lo permitiese la economía municipal, con lo que quedaría un edificio con capacidad para celebrar espectáculos, como bailes y otros semejantes. El Ayuntamiento estaba pensando en utilizarla para instalar puestos o casetas en el caso de que el Gobierno aprobase la solicitud de celebrar feria anual coincidiendo con la festividad de la Virgen de la Luz.

Efectivamente, en septiembre de aquel año 1835 se celebró por primera vez en Tarifa el mercado o feria de ganados y mercaderías variadas, ubicado en las afueras de las murallas. No hubo casetas específicas de feria en la plaza de abastos, pero sí que se verificaron aquí algunas corridas de toros, coincidiendo con los festejos patronales. Para ello, los puestos fueron trasladados provisionalmente a otro emplazamiento, ocasionando un grave perjuicio a los vendedores. Estos protestaron enérgicamente cuando en 1836 el Ayuntamiento pretendió ceder de nuevo la plaza para otras corridas.

Cuidar la limpieza y la higiene era asunto de la mayor importancia, así como evitar los fraudes tanto en los pesos y medidas como en la calidad de los géneros. Se estableció un servicio de inspección desempeñado por concejales, aunque no siempre cumplían como era debido con esta tarea de vigilancia. Había quejas por la mucha suciedad, por los frecuentes abusos de los vendedores y por los continuos robos de material y de mercancías. Además, los pescadores decidieron volver a la Puerta del Mar hasta que a la pescadería se le pusiera su techo y enlosado.

En fin, aquellas instalaciones y sus condiciones sanitarias no resultaron las mejores posibles desde un primer momento. Y poco o nada mejoró con el paso del tiempo, encontrándonos en 1892 con la prensa local denunciando que todo estaba muy caro, sin corresponderse precisamente con una buena calidad de los productos a la venta. Tal estado de dejación continuó en los años posteriores sin que las autoridades locales acertaran a ponerle remedio.

La reconstrucción del mercado (1927-1928)

En 1865 ya se planteó la necesidad de su reforma, aunque nada se pudo hacer entonces por falta de fondos en las arcas municipales. Hubo que esperar hasta la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) para que las obras públicas en España experimentaran un gran impulso. La decidida política desarrollista llevada a cabo a nivel nacional se concretó en Tarifa en una notable transformación urbana en un corto plazo.

La reconstrucción del mercado era una de las actuaciones más urgentes, dado el “estado de ruina y de insuficiencia en que se halla” este servicio básico para la población. Fue en abril de 1925 cuando el Ayuntamiento inició los trámites para su ejecución, acordando costearlo gracias a la venta de dos láminas o bonos en deuda perpetua del Estado de los que la ciudad tenía invertidos desde 1869. El importe obtenido sirvió igualmente para la construcción de un cementerio en Facinas. Ambos proyectos se encargaron al arquitecto José Romero Barrero.

Imagen del mercado después de su reconstrucción en 1928, con su fuentecilla en el centro del patio.
Imagen del mercado después de su reconstrucción en 1928, con su fuentecilla en el centro del patio.

La obra fue adjudicada en marzo de 1927 a la más ventajosa de las tres propuestas presentadas por sendos constructores, la del algecireño Epifanio Barragán Ramos. Habiéndose habilitado previamente un mercado provisional en la cercana plazuela de San Martín, los trabajos se iniciaron en abril. Tendrían una duración de ocho meses, con una posible prórroga de tres más, y un año de garantía para verificar la buena calidad de lo ejecutado.

En un principio se optó por aprovechar algunos restos que aún quedaban del histórico convento. Luego se replanteó el proyecto, decidiendo demoler todo lo existente antiguo: los muros interiores divisorios, las fachadas y arcos de la pescadería, así como los viejos cimientos.

La inauguración del flamante mercado tuvo lugar el sábado 4 de agosto de 1928 con un solemne acto presidido por el alcalde, Carlos Núñez Manso. Oficiaron la bendición del nuevo edificio los párrocos de las iglesias de San Francisco y San Mateo. El acontecimiento se festejó con elevación de fantoches y disparos de cohetes; y el día siguiente se celebró una verbena con conciertos en las engalanadas calle Colón y plaza de San Julián.

La plaza de abastos es de conformación rectangular, con un gran patio que se pavimentó con losas de Tarifa apicoladas y se adornó con una fuentecilla en medio. Circunda el patio una galería cubierta, con arcada sostenida por esbeltas columnas de ladrillos finos: sietes arcos en su lateral largo y tres en el ancho. Bajo la galería, los puestos se acondicionaron con azulejos blancos, mostrador de tapa de mármol y cierre de bastidor de madera y tela metálica. La pescadería, con zócalos de azulejos y mesas de cemento armado con su pileta para la limpieza del pescado. Esta nave de pescadería se cubría con armadura de madera y tejas sobre tablazón; el suelo, con hormigón de grava y enlucido de cemento.

Tiene puerta en el lateral de la calle Colón, pero la fachada principal se orientó a la plaza de San Julián, desde donde se accede a la pescadería, y luego al patio. Entrando aquí, a la derecha, se ubicaba un café con puerta a la calle Colón; a la izquierda, dos puestos de churros y los aseos. En la galería izquierda, nueve casetas de verduras y dos de aves y caza. En la galería derecha, dos grandes puestos de carnes y casquería más otros dos para almacenes. Al fondo del patio, otro local de café con salida a la calle Colón, un puesto de carnes y un cuarto para el Juzgado municipal.

Para el Ayuntamiento resultó una inversión muy provechosa, ya que pasó a ingresar más de 12.000 pesetas anuales por el arrendamiento del nuevo mercado, en lugar de las menos de 2.000 que cobraba por el antiguo. La mayor afluencia de público también dio pie a la apertura de nuevos negocios en sus alrededores, como cafés y puestos de churros y masa frita.

El edificio se encuadra en el llamado arte neomudéjar, corriente arquitectónica de carácter historicista que estaba de moda en España a comienzos del siglo XX. Evoca el estilo mudéjar, propio de la arquitectura hispanomusulmana entre los siglos XII al XVII. Así queda de manifiesto por esos arcos peraltados sobre columnas de ladrillo del patio, los arcos de herradura ligeramente apuntados de las entradas, o los arquillos decorativos del interior. Al mismo tiempo, el amplio patio porticado con arquería rememora el claustro conventual que en su momento existió aquí.

Puerta de entrada al mercado por la calle Colón.
Puerta de entrada al mercado por la calle Colón.

Para los tarifeños de tiempos pasados era casi obligado acudir aquí a diario para hacer la compra de comestibles. Al presente, en el mercado y sus aledaños ni mucho menos se despliega aquel gran bullicio y trajín mañanero de vendedores y compradores. Ahora sólo encontramos pescado, carne y poco más en cuanto a productos frescos. Los puestos de ropa, artesanía o regalos toman el relevo a los de alimentación.

Este mercado tradicional tiene que reinventarse si no quiere desaparecer ante el desafío tan desigual de los súper e hipermercados. Y no es ningún consuelo saber que esta es la actual penosa situación en muchas poblaciones, si no en casi todas.

Tenemos sobrados motivos para proteger y cuidar esta edificación. Aporta un importante valor al patrimonio monumental por su singular estampa perfectamente integrada en el casco histórico. Su interés arquitectónico atrae la atención de los turistas, y su patio cubierto acoge de manera ocasional actos culturales y otros eventos.

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