Historia de Tarifa
Inundaciones históricas en Tarifa
Historia de Tarifa
Tarifa/Hasta el año 1889, el río llamado Angorrilla (sustantivo diminutivo de angorra: pieza de cuero o tela gruesa) atravesaba Tarifa por lo que ahora es calle de Sancho IV el Bravo. Su estrecho recorrido intramuros era un vertedero de basura y de toda clase de materiales, además de servir de cloaca donde vertían casi la totalidad de las aguas residuales. A eso hay que añadir los naturales depósitos de tierra y piedras arrastradas por los torrentes desde las cañadas. Tal acumulación de objetos provocaba que el arroyo se saliese de madre incluso con pequeñas crecidas.
Es probable que se hayan dado otros desbordamientos en el casco histórico y desde tiempos aún más remotos de los que se recogen en este artículo. Aquí únicamente se detallan los documentados a partir de comienzos del siglo XVIII, cuando ya sí fueron recurrentes. Anteriormente, en el XVII, sólo se mencionan avenidas en el invierno del año 1665, que hicieron desplomarse las paredes del lecho urbano.
La inundación del 2 de enero 1702 fue una de las más dramáticas que ha conocido la población. Una tremenda tormenta descargó un aguacero entre la una y las tres de la tarde, con arrastre de lodo, piedras, troncos, ramas, etc. Afectó a la muralla en la entrada y salida del arroyo, derribó puentes intramuros, inundó casas, etc. El aluvión alcanzó nada menos que el desaparecido convento de la Santísima Trinidad, emplazado donde hoy se levanta el mercado municipal. La iglesia de San Mateo sufrió no pocos daños, como la pérdida de volúmenes de su archivo, que se encontraba en la planta baja. De ahí que el obispo Armengual de la Mota, en su visita pastoral de 1717, ordenara instalar esta documentación en una planta superior, encima de la sacristía. Muchos vecinos perdieron todas o parte de sus pertenencias, incluidos animales domésticos. Por fortuna, no hubo muertes de personas al ocurrir en pleno día, pues “de haber sucedido de noche, más de mil perecieran”.
A mediados de enero de 1708 también se produjo una arroyada extraordinaria del Angorrilla, que acabó por desbordarse en su curso urbano, dejando algunas casas en riesgo de venirse abajo. Todo quedó relleno de tierra, piedras y ramajes, de manera que con poco más que lloviese podría acabar en desastre. Se procedió a su limpieza en espera de hacerle reparos de mayor consideración; sin embargo, la absoluta falta de fondos hizo imposible la pronta reparación de las calzadas.
Otra gran riada sobrevino en la noche del 9 de enero de 1740, cuando la puerta del Retiro acabó reventando por un definitivo golpe de agua. Se destruyeron varias casas, además de inundarse almacenes y graneros. En el campo y en el pueblo se ahogaron algunas personas, entre ellos, el vecino conocido por el tío Nieto y una sobrina suya, y numerosos animales domésticos, como vacas, bueyes y otros. Quedaron arruinados los dos puentecillos que cruzaban desde la iglesia de San Mateo a la plaza de los Perdones (actual de Oviedo); y en el término, el puente de la Vega y el del río Jara.
Unas redes de madera cubrían siempre el hueco del arroyo en su entrada y salida de la muralla para impedir la visita de intrusos indeseados. La parte negativa era que hacían de dique al frenar los materiales arrastrados por las aguas, con fatales resultados. A mediados del siglo XIX, el Ayuntamiento reclamó a la autoridad militar que se hiciera cargo de la reposición y mantenimiento de estos rastrillos, que desde entonces serían de hierro.
El 8 de enero de 1821 se produjo tan grande avalancha que rompió dichas redes, anegando y dejando intransitables las calzadas y calles aledañas. Una fuerte tromba arruinó el viejo puente de la Vega, que en ese año fue recompuesto por última vez. Todavía se mantiene en pie a duras penas, dicho sea de paso, por si a quien corresponda salvarlo de la ruina lo tuviera a bien.
En la noche del 30 de noviembre al 1 de diciembre de 1839 sufría el vecindario otra inundación que dejó inutilizables algunos de los puentes intra y extramuros. También destruyó partes del muro o citara que encauzaba el arroyo, “arrancando de cimiento varios pedazos”, y los empedrados de distintas calles. Los necesarios reparos no pudieron acometerse hasta junio de 1840.
La siguiente crecida importante tuvo lugar en la noche del 13 de diciembre de 1853, ocasionando estragos, especialmente en los muros del arroyo. En esta ocasión el Consistorio encomendaría los trabajos de reconstrucción a un contratista mediante subasta pública a la baja. El anuncio de la licitación fue publicado en el BOP de 4 de enero de 1854.
Hasta enero de 1881 no tenemos nueva noticia de riada catastrófica, tratando el cabildo entonces sobre los jornaleros que no conseguían trabajo en el campo por los continuados aguaceros. Se les facilitó ocupación en la limpieza y arreglo de las calles anegadas y de los destrozos en las afueras del pueblo, en particular el camino de ronda en la zona de Huerta del Rey. Quedaron gravemente afectados algunos edificios, y en especial al tramo de muralla que recibía el mayor impacto de las aguas. La denominada torre del Peine, sobre el puente del Retiro, amenazaba derrumbe, lo que sería de “funestísimas consecuencias si desgraciadamente coincidiera con una de las inundaciones que se han sucedido en el presente invierno”.
El invierno siguiente resultó igualmente tormentoso, repitiéndose en el mes de enero de 1882 las avalanchas y el desbordamiento del arroyo. Para precaver males mayores, el Ayuntamiento advirtió a los dueños de las casas que se estaban edificando en las calzadas intramuros que acelerasen los trabajos al menos hasta consumir los materiales de construcción apilados en plena vía.
Un lustro más tarde, el 19 de abril de 1887, otro temporal de abundantes lluvias originó una avenida desastrosa. Para paliar algo los daños, la reina regente, María Cristina, donó 1.000 pesetas, que se destinaron a los braceros y artesanos necesitados, ocupándolos en arreglar el pavimento de las calles, así como los “grandes desperfectos ocurridos en los caminos vecinales que afluyen a la ciudad”.
Coincidió esta riada con los preparativos para las obras de desviación hacia La Caleta, que se iniciarían en julio de ese año 1887. Motivo de especial preocupación era que el arroyo se obstruyese antes de haberse terminado por completo el túnel. Finalmente, se produjo el predecible aluvión en la madrugada del 17 de diciembre de 1888, anegando las calles céntricas con la tierra y roca que de forma imprudente habían sido acumuladas a la entrada del pueblo. Por suerte, no se produjeron desgracias personales.
Pero no pasaría mucho tiempo hasta enfrentarse a otra crecida extraordinaria, concretamente en mayo de 1889, aunque esta vez no conllevó excesivas pérdidas. Estando prácticamente acabada la obra del túnel, parece que el motivo fueron las rápidas aguas que bajaban por la Calzadilla de Téllez y desde el camino del Retiro. De modo que en septiembre de 1890 se dispuso “el cerramiento del cauce del arroyo en las afueras de la puerta del Retiro a fin de que puedan ser guiadas hasta el túnel las aguas que bajan por la calzada de Téllez y evitar que entren en la población”.
En los meses de febrero y marzo de 1892, las nubes descargaron torrencialmente, anegándose el pueblo en la noche del día 1 de abril “como si para nada se hubiese hecho el túnel de desagüe”. Como un mal menor, se destruyó a toda prisa un buen tramo del alcantarillado que todavía estaba en construcción en el antiguo cauce intramuros, dejando así correr el agua libremente.
Las muy intensas lluvias del invierno de 1917 resultaron calamitosas. El fuerte e incesante temporal no permitía que los jornaleros pudiesen acudir a las faenas del campo ni los pescadores echarse a la mar. La inundación del pueblo ocurrió en la noche del 6 de marzo de 1917 tras haberse taponado la bocana del túnel con ingente cantidad de maleza y otros materiales arrastrados por las torrenteras.
La avalancha irrumpió con violencia sobre todo en las calles General Copons y Sancho IV el Bravo y dejó su rastro de destrucción en los edificios y negocios más expuestos, saliendo especialmente damnificados los establecimientos de cafés. Las impetuosas aguas arrancaron y arrastraron al mar los árboles y los bancos de hierro y madera colocados pocos años antes. Se inundó el hospital y asilo de la Caridad, debiéndose evacuar a los ancianos enfermos. En la iglesia de San Mateo, el agua superó los peldaños del altar, provocando el pánico entre los numerosos feligreses que allí se congregaban.
Luego, la corporación municipal ordenó la reposición del pavimento de la Calzada y pidió al Gobierno central los necesarios reparos en el túnel. Pero urgía en particular el arreglo del camino a la isla de las Palomas para facilitar el paso a los soldados allí acuartelados, así como el acceso de los pescadores a sus embarcaciones, resguardadas en la dársena de la Isla.
Un nuevo desbordamiento vino a alterar la vida de los tarifeños el 27 de noviembre de 1920, causando destrozos y la angustia de muchos. El destacado empresario y entonces diputado a Cortes por el distrito de Medina Sidonia, que incluía a Tarifa, Serafín Romeu Fagés contribuyó con 3.000 pesetas para reparaciones. El Ayuntamiento encargó a una comisión municipal la administración de esta importante suma con el objetivo de emplearla en “obras de defensa que eviten sucesivas inundaciones en la población”.
La última riada con efectos devastadores ocurrió el fatídico martes 13 de enero de 1970, poco antes de las diez de la noche, al cabo de tres semanas de copiosas precipitaciones. Una vez más, la tragedia se debió a haberse taponado la bocana del túnel con troncos, cañas, maleza, etc. De este modo se formó una gran balsa cuyo empuje acabó por romper el muro de la guardería pública ubicada junto al Hogar del Pensionista.
La formidable tromba de agua, barro y broza se encauzó, como siempre, por la calle General Copons y siguió por Sancho el Bravo arrasando todo cuanto se encontraba a su paso: vehículos, farolas, árboles, etc. Las casas y negocios de cafeterías, tiendas y almacenes de estas dos calles y de las adyacentes se anegaron, perdiéndose géneros, muebles y demás enseres. Ocasionó graves perjuicios en la iglesia de San Mateo, en el Casino Liceo Tarifeño o en la Residencia de Mayores. También causó deterioros a su paso por el puerto, viniendo a parar a la llamada Playa Chica, donde aparecieron flotando los diversos materiales arrastrados por la potente avenida. Aun así, no hubo que lamentar víctimas mortales.
En cuanto las aguas empezaron a bajar, fueron muchos los vecinos que acudieron en socorro de los más perjudicados. Asimismo, es de justicia subrayar la rápida actuación de las autoridades militares y civiles locales, provinciales y nacionales. Soldados de la guarnición tarifeña, Guardia Civil, operarios municipales y numerosos voluntarios se afanaron en la limpieza de las calles desde la mañana siguiente a la catástrofe.
A estas alturas debemos tener la lección bien aprendida y no olvidar que el riesgo de inundación del casco histórico de Tarifa está siempre presente. Esto implica adoptar anualmente prevenciones elementales antes de la época de lluvias, como desbrozar y limpiar gran parte del curso del arroyo. Tampoco estaría de más algún que otro azud de contención en las cañadas de esta pequeña cuenca hidrográfica.
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