Presentación guía de patrimonio
Fotos de la presentación de la guía de patrimonio de Tarifa de Andrés Sarria
Patrimonio
Tarifa/En los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX se planteaba convertir Tarifa en una base militar de primer orden para contraponerla a Gibraltar, siendo España aliada de Francia en la guerra contra Inglaterra. El objetivo de las autoridades nacionales era la construcción de un puerto con capacidad para barcos de guerra, debiéndose primero formar un tómbolo artificial entre la isla de las Palomas y tierra firme.
Se consideraba ineludible una mejora integral de la población para que tal plan pudiese tener el éxito deseado. Y no era de poca monta la tarea que se tenía por delante. La ciudad presentaba entonces un estado lamentable de suciedad, abandono y de falta de servicios públicos como en pocos sitios podía darse. Todo esto hacía no solo que el diario quehacer para ganarse la vida fuera difícil, sino también suponiendo un grave problema de salubridad para vecinos y visitantes.
El corregidor Pedro Lobo y Arjona declaraba en 1796 que este era el “pueblo más original desde nuestro Padre Adán, y que desde su creación no se ha hecho la menor obra pública para mejorarlo”. Apreciación hiperbólica, sí, pero también muy ilustrativa de las numerosas actuaciones que requerían urgente atención. Entre otras, el empedrado de las calles dotándolas de cañerías para las aguas residuales, sanear el siempre sucio cauce urbano del río Angorrilla, mejorar las comunicaciones terrestres, etc.
Solo había un problema: las arcas municipales estaban completamente vacías y el Ayuntamiento no disponía de ingresos para costear estos ni otros servicios esenciales. Así que de momento se dejó todo en espera de tiempos más favorables.
Una nueva oportunidad se presentó algunos años más tarde, al iniciarse los preparativos para la construcción de la escollera de la isla de las Palomas. La magnitud de las obras del proyectado puerto implicaba a las autoridades militares y civiles y en sus distintos niveles de la Administración. Todos estaban de acuerdo en que la población debía mejorar mucho en cuanto a sus pocas o ningunas infraestructuras de carreteras, abastecimiento de agua, etc. si se pretendía prestar un adecuado servicio al futuro puerto.
El Ayuntamiento volvió entonces a poner sobre la mesa la necesidad de llevar a cabo todas las medidas antes enumeradas, añadiéndose ahora la reparación de los puentes existentes en el término, así como construir extramuros un cementerio y un paseo público con plantación de álamos, esto es, una alameda.
Fue en el pleno de 29 de abril de 1806 cuando el regidor Juan Díaz expuso que el pueblo no disponía de un sitio apropiado para que los vecinos pudieran pasear con comodidad, siendo este “un ejercicio tan necesario a la conservación de la vida y el esparcimiento del espíritu”, argumentaba. La práctica de este sencillo y saludable entretenimiento se hacía aquí más ardua que en otras poblaciones por el limitado espacio en el casco urbano y por la insoportable molestia de los fuertes vientos que generalmente reinan en el Estrecho. Díaz explicaba que tal inconveniente se remediaría ubicando el paseo en la llamada Carrera del Sol por quedar al resguardo de las proverbiales ventoleras.
Todo el flanco oeste de las murallas, el que mira a la playa de Los Lances, se conocía como Carrera del Sol por existir aquí una pequeña ermita con una imagen de la Virgen del Sol, patrona de la gente de mar tarifeña. La ermita del Sol se ubicaba extramuros, aledaña al antiguo convento de la Trinidad, aproximadamente donde ahora está la oficina municipal de turismo. La ermita de San Sebastián se encontraba unos metros más arriba, al comienzo de la actual calle San Sebastián.
Habiendo inspeccionado los parajes que rodean la ciudad, Juan Díaz juzgaba la dicha Carrera del Sol como el “único punto que hay para proporcionarle el auxilio de un paseo libre de los vientos de levante, y en el que con la mayor proporción se criarían álamos”. Denunciaba que aquello se había convertido en un inmundo muladar adonde iban a parar los desechos sólidos y líquidos de una tenería cercana, además de que en las proximidades de la Puerta del Mar quedaban estancas las aguas residuales. Todo ello suponía un grave peligro para la salud, cuando, por el contrario, este lugar bien podría contribuir precisamente “a la amenidad y descanso” de los vecinos.
Para empezar, habría que expropiar el huerto que un tal Juan Serrano ocupó, al parecer ilegalmente, junto a la muralla. Asimismo, debería desviarse las aguas sucias procedentes de la referida curtiduría hacia puntos más alejados. Y en fin, el edil pedía que aquí se construyera ese tan necesario paseo público, dotándolo de carreras de álamos y de un número suficiente de asientos. Era consciente de la falta absoluta de dinero en el Ayuntamiento para esta obra, por lo que demandaba que también se destinasen a estos trabajos 30 hombres de los presidiarios que se estaban empleando en las fortificaciones de la línea o frontera con Gibraltar.
Pero tampoco fue ese el momento más oportuno para acometer esta empresa. En los años 1807 y 1808 los esfuerzos se centraron en las obras para unir la isla de las Palomas con el continente, ejecutadas bajo la dirección del intendente Antonio González Salmón.
El inicio de la Guerra de la Independencia en 1808 no vino a facilitar las cosas. En la primavera de 1810, el ejército francés llevó a cabo un primer intento de tomar Tarifa que resultó inútil. Aunque fue a finales de 1811 cuando puso todo el empeño en ello, siendo esta una de las pocas poblaciones que aún no había ocupado. Nuestra ciudad se preparaba para el asedio inminente, disponiéndose a resistir bajo el mando del general Francisco Copons. Algunos edificios extramuros, como la ermita del Sol, situada a escasos diez metros de la muralla de poniente, eran del todo inconvenientes para la defensa de la plaza al proporcionar un posible refugio a los atacantes.
Tras el fallido asalto y la consiguiente retirada de las tropas atacantes de forma precipitada a comienzos de enero de 1812, de inmediato se procedió a la limpieza del casco urbano y de los alrededores de la población, que habían quedado sembrados de cadáveres de bestias, suciedad y restos de armamento. Fueron entonces destruidas la ermita de Santa Catalina, la de San Sebastián y la del Sol. Igualmente, fue demolido por completo el barrio de San Sebastián o de Afuera.
Todo el terreno en torno a las murallas quedó bajo la exclusiva jurisdicción castrense hasta 1868, no permitiéndose ningún tipo de construcción civil sin el visto bueno de la autoridad competente. Evidentemente, la Carrera del Sol se encontraba dentro de esta zona de interés militar o “zona polémica”, como se la llamaba entonces.
Por desgracia, se han perdido los libros de actas municipales de los años 1810 a 1812, que nos aportarían valiosa información. Por lo que podemos deducir de las pocas referencias documentales sobre este asunto, en marzo de 1812 se efectuarían los trabajos de desbroce y limpieza entre la muralla y la Huerta del Rey. Esta operación estuvo en principio relacionado con la defensa de la ciudad, con el propósito de “dejar libres los fuegos [disparos] de las fortificaciones”.
Además de esa finalidad militar, también se tuvo en cuenta los deseos previamente manifestados por el Ayuntamiento de acondicionar como paseo arbolado el tramo entre la Puerta del Mar y el Postigo de San Julián, es decir, hasta el comienzo de la cuesta. Y es probable que antes del verano de 1812 ya estuviesen plantados los árboles, pues en planos fechados a finales de este año se ven plantones perfectamente alineados.
Para ratificar que este paseo fue una creación de la autoridad militar, sirva el testimonio de José Illescas, barbero y sangrador tarifeño contemporáneo del asedio. Años después de aquel suceso manifestaba que a unos vecinos se les había expropiado el “huerto que disfrutaban en la nombrada Carrera del Sol, con cómodo objeto de hacerse, como se hizo, la Alameda que proyectó el excelentísimo señor don Francisco de Copons y Navia, defensor de esta plaza en aquellos días”.
Otro dato para tener en cuenta es que en todos los dichos trabajos se emplearon a soldados que habían defendido la plaza contra los franceses, así como a un buen número de confinados del presidio tarifeño.
Fue denominado “Paseo de la Defensa”, toda una declaración de intenciones, presumiblemente por disposición castrense, siendo este el primero de los diversos nombres con que se le ha conocido hasta la actualidad.
Aquella originaria Alameda supuso un notable progreso urbanístico que alivió la angustiosa escasez de espacio intramuros. Contar con esta nueva zona de esparcimiento fue para los vecinos un aliciente y una mejora en su vida personal y de relación social. No tardaría mucho tiempo en convertirse en habitual lugar de reunión, de paseos y de distracción para chicos y grandes.
Cuestión aparte es que en este o en cualquier otro sitio de Tarifa podamos quedar al resguardo del impetuoso viento de levante. Semejante pretensión viene a ser aquí una quimera que no se hace real así como así.
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