“El éxito te adocena, mientras que el fracaso te hace espabilar”
Entrevista | Javier Núñez, ganadero de La Palmosilla
Los toros tarifeños de La Palmosilla volverán este año a San Fermín tras un complicado periplo
“Sobrevivir siendo ganadero de bravo es un milagro”, asegura
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El cortijo de La Palmosilla conserva uno de los pocos lugares de Tarifa donde, cuando azota el temporal de levante, no pega el viento: su patio encalado. “Los antiguos sabían construir las cosas”, dice con sorna Javier Núñez Álvarez (Madrid, 1974), representante de la ganadería de bravo más meridional de Europa. Allí, todos los cercados dan al mar y al Estrecho. Unos kilómetros más lejos, siguiendo la carretera hacia Vejer, se encuentra la segunda finca de la familia, llamada La China, donde pastan los toros que, en el mes de julio, atravesarán las calles de Pamplona durante una de las fiestas más internacionales de España: los Sanfermines. Durante una semana, medio mundo estará pendiente de los astados tarifeños que, en 2019, antes de la pandemia, protagonizaron un frenético, rapidísimo y emocionante encierro, el cual le permitió al ganadero llevarse todos los premios del serial, incluido el del mejor ejemplar de la Feria por un imponente castaño chorreado de nombre Tinajón.
“Cuando se anunció mi debut en Pamplona, mis haters dijeron de todo”, recuerda Javier Núñez mientras, desde su todoterreno, abre la cancela de la finca a través del teléfono móvil bendiciendo las comodidades de la tecnología. “Hablé con mi tío Luis Álvarez Cervera, jinete olímpico muy puesto en caballos de competición para que me orientase sobre cómo preparar la corrida a nivel físico. Dos meses antes, empecé a correrla y a analizar los tiempos de recuperación. Cuando llegó la fecha, me aposté una comida a que mis toros adelantaban a los bueyes en el encierro. Y así fue. Caí en Pamplona de pie”, rememora el ganadero, licenciado en Derecho en la capital navarra. “Nací en Madrid y he vivido en varios sitios: Pamplona, Sevilla, Carolina del Norte… pero me considero de Tarifa”, sentencia.
La buena suerte no siempre ha estado del lado de Núñez: “Si hay una ganadería a la que le ha afectado la pandemia es a La Palmosilla. Desde un punto de vista comercial, iba como un tiro justo antes de desatarse lo del covid; y ahora, vuelta a empezar. Tener que regresar este año a la Feria de Pamplona para coger nombre otra vez… (resopla). Yo, durante estos dos años de pandemia, he lidiado muy poco porque me he negado a hacerlo a cualquier precio. Y, en dos años fuera de mercado, otras ganaderías me han adelantado. Sin embargo, tengo fe”. Además de fe, la falta de soberbia y saber encajar con deportividad los errores han hecho que La Palmosilla resista a pesar de las circunstancias. “El éxito te adocena, mientras que el fracaso te hace espabilar siempre y cuando tengas afición”, reflexiona Núñez. “A base de desaciertos”, continúa, “me he vuelto mejor profesional, mejor ganadero. Yo he sido totalmente autodidacta: he estudiado sobre enfermedades del bovino, alimentación animal… Pregunto más que una vieja a todo aquel que sabe”.
Este ganadero tan poco al uso también disfruta enseñando su día a día en el campo a través de Instagram y Twitter. No en vano, las cuentas de La Palmosilla cuentan con miles de seguidores de todo el mundo, especialmente jóvenes. Al mismo tiempo que, teléfono en mano, negocia la forma de pago de un festejo, se describe como un hombre de su tiempo y asegura que las redes sociales le han servido para hacer marca. “Yo soy muy moderno para mi sector”, dice antes de analizar el entramado empresarial donde se mueve. “El toreo está muy arraigado. De hecho, la gente va a las plazas; acude a un espectáculo que es carísimo. Y se trata de gente de todo tipo y condición. Los toros no son cosa de pijos o de derechas. Con respecto al futuro de la fiesta, soy moderadamente optimista y realistamente pesimista. Encuentro que el sector taurino es antediluviano, un oligopolio inamovible… Y, a pesar de todo lo mal que se hace, la gente va a los toros. Imagine el día en que las cosas se hagan bien. Es necesario democratizar los toros, implicar al público y escuchar al cliente, que es el que paga. Oiga, ¿qué quiere ver usted? Lo que no tiene sentido es organizar una feria a espaldas del consumidor. Pero para los empresarios taurinos, los estudios de mercado no existen y siguen trabajando como se ha hecho toda la vida. Y lo que se ha hecho toda la vida ya no sirve. Además, competimos con otros espectáculos de ocio muy baratos y satisfactorios”.
Los estudios de mercado sí pesan en La Palmosilla, algo en lo que, sin duda, ha tenido mucho que ver José Núñez Cervera, padre de Javier, brillante ejecutivo y presidente, entre otras instituciones, de la Fundación Coca-Cola. Inteligencia, humildad y trabajo son marca de la casa: “Sobrevivir siendo ganadero es un milagro. Aquí se ha producido la tormenta perfecta. Se han juntado dos años de pandemia, una sequía bestial, los piensos un 30% más caros… Por no hablar de la subida de los costes laborales. Es todo a la contra”. Estas circunstancias han propiciado que José Núñez Cervera, faro y guía de la familia, se replantee el modelo económico de la ganadería, apostando por el turismo.
Padre e hijo son plenamente conscientes del valor de La China, de 500 hectáreas, y La Palmosilla, que en cuyas 180 hectáreas hectáreas se levanta un cortijo de finales del siglo XVIII, uno de los más antiguos de la provincia de Cádiz, a pie de carretera y a menos de dos kilómetros de la playa. Después de catorce años recopilando todos los permisos administrativos necesarios, Javier Núñez y su hermana Lucía se encuentran reformando el cortijo. “La idea es, saliendo de la estacionalidad propia de la zona y conservando el sabor, rehabilitar las casas que hay allí para poder alojar a turistas y crear una especie de reserva del toro bravo. Saldrían alrededor de 45 o 50 camas. Va a ser el proyecto de nuestra vida”. Javier Núñez habla mientras repasa, con mimo, su ganado cabeza por cabeza. Conoce de memoria el nombre y la procedencia de cada vaca, de cada toro: “Por los números que hemos hecho, si este plan turístico saliera bien, no me haría falta vender ni una sola corrida para mantener la ganadería. Y cuando te puedes permitir no vender, cuando te puedes permitir decir que no, es cuando verdaderamente vendes bien las cosas”. Según sus cálculos, la actividad turística supondría una línea adicional de ingresos que aseguraría la viabilidad del negocio agrícola y ganadero, cuyo porvenir, a día de hoy, es incierto.
Describe como “cutre" aquello que, en otras ganaderías, se está haciendo actualmente a nivel turístico en torno al toro bravo. “Un tractor, un remolque, un vaquero que casi no sabe hablar… No tiene mayor aliciente. El toro bravo y su hábitat tendrían que ser un reclamo mundial, al igual que lo son las reservas de elefantes y leones en África”. El referente en La Palmosilla es la bodega riojana de Marqués de Riscal, pionera en el turismo enológico. “En Tarifa, un municipio que es reclamo turístico de primer nivel, no existe oferta hotelera para un segmento alto -apunta Núñez- así que nosotros vamos a ofrecer un establecimiento de cinco estrellas, sin vecinos, en el campo, a tiro de playa y con todos los servicios al lado, porque el pueblo se encuentra a cuatro kilómetros”.
Explica que su proyecto persigue seducir a grandes empresas y desarrollar todo tipo de actividades paralelas, tanto relacionadas con el toro como con la zona. “Traer, por ejemplo, a ejecutivos alemanes durante una semana en pleno enero a hacer kitesurf. Y ya que están aquí, ven un tentadero, presencian una levantá de la almadraba o hacen una ruta a caballo por la finca. Se sale de un hotel al uso para hacer algo prêt-à-porter, y eso, al final, se tarifica". Espera que para el verano de 2023 este sueño sea ya una realidad.
No es su única iniciativa. También comercializa carne de toro de lidia a través de un restaurante de Tarifa y ha conseguido venderla como un producto de lujo. A través del móvil, enseña con orgullo la fotografía de un chuletón: “Se trata de carne ecológica, criada en libertad, sin pasar por cebaderos y sin aditivos. El año pasado hicimos una prueba y se cargaron doce riñonadas en menos de una semana. Fue un éxito”.
Buen conversador, hospitalario y también ecléctico, en el coche de este tarifeño de corazón puede sonar flamenco, Pink Floyd o Led Zeppelin. “El estigma del ganadero y señorito andaluz aún existe. En algunos casos, ganado a pulso. Hay colegas que siguen siendo muy estirados, muy rancios… Yo no me siento un señorito, sino un privilegiado porque hago lo que quiero y vivo donde quiero. Mira cómo es mi oficina…”, presume Javier Núñez a la vez que señala hacia la antigua laguna de La Janda que, aunque desecada, continúa siendo un paraíso para las aves migratorias.
“La figura del señorito a la usanza de Los santos inocentes creo que está muy demodé. Eso es de otra época. Además, concretamente, en esta zona, eso no se ha dado. Cuando surgen los movimientos anarquistas en la campiña andaluza, en Tarifa no hubo. Y me imagino que fue porque el trabajador, en Tarifa, se sentía bien tratado. Aquí, en las dos grandes crisis, mi padre nunca ha prescindido de personal. Durante la pandemia, se han asumido unas pérdidas muy grandes, pero no se ha producido un despido. Eso te indica que aquí existe una relación que va más allá de lo laboral”.
De pronto, a Javier Núñez le resulta imposible no encender un cigarrillo. Demasiadas horas haciendo el esfuerzo por no fumar. El detonante que le ha hecho sacar el mechero del bolsillo son las trabas administrativas que le imponen desde un despacho de Madrid o Bruselas, centros de poder ajenos a la realidad del campo: “Parecemos ciudadanos de segunda a pesar de que pagamos impuestos altísimos. El otro día, me llamó una señorita de Prevención de Riesgos Laborales y me dijo que tenía que rellenar un formulario para evitar el acoso laboral. Le respondí que en mi empresa éramos todos hombres y que, cuando discutíamos, nos pegábamos dos voces. Nada de acoso. También me pidió que rellenara el formulario de igualdad salarial para que dos personas que hicieran lo mismo cobrasen lo mismo. Le expliqué que aquí no había dos personas que hicieran lo mismo, que aquí cada uno cumplía su función: uno era vaquero, otro guarda, otro llevaba el tractor, otro domaba caballos… Todas esas pamplinas dan coraje”.
El tabaco lo templa. También las vistas. Contemplar cómo, después de las últimas lluvias, han crecido en sus pastos el trébol, la zulla, la castañuela. Revela entonces que conserva la ilusión: “Y mira que, en este mundo, es fácil perderla. Nos han pasado cosas como para quitarse de en medio. Pero cuando lo que buscas acaba saliendo, cuando un toro embiste como tú quieres, y encima lo prevés, no te cambias por nadie. En la ganadería, dos y dos no son cuatro, pero a veces, tienen que ser tres y medio”.
Al cortijo comienza a llegar gente. Se acerca la hora del tentadero. Bajo la temible mirada de Tinajón, cuya cabeza disecada preside el salón, Javier Núñez se acerca a saludar a su familia, a su padre -siempre pendiente del discurrir de la ganadería- a su hermana Lucía y a su hija Micaela, de trece años. Falta el pequeño, Mateo, de ocho, que ese día tiene colegio. “Esta profesión sólo se entiende si hay una sucesión en el tiempo”, confiesa Javier Núñez, cuya vida se encuentra atada a la de La Palmosilla, a la realidad de la naturaleza y de la vida, sin maquillar la muerte ni el esfuerzo. “Mateo, ahora mismo, quiere ser jardinero. Le acaban de regalar un bonsái. Yo no le fomento nada con el tema de los toros. Sale de él. Quiere venir aquí, montar a caballo, estar en el campo. Yo soy la octava generación de ganaderos en mi familia; Micaela y Mateo serían la novena”. Inquietos, emprendedores y realistas, José, Javier y Lucía Núñez están construyendo en La Palmosilla los cimientos para que así sea.
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