La Tarifa más recóndita se recupera tras el incendio forestal que quemó 44 hectáreas
MEDIO AMBIENTE
Casi 300 vecinos repartidos entre las aldeas de Betis y Betijuelo temen la proliferación de fuegos con la llegada del verano y piden que las administraciones ayuden a los núcleos rurales
"Los técnicos del Infoca nos han dicho que sospechan que este incendio ha sido intencionado", cuentan los residentes
Fotos del monte Betis, en Tarifa, tras el incendio
La Junta y los vecinos de Betis y Betijuelo colaboran para prevenir nuevos incendios forestales en Tarifa
En mitad de la tarde ancha de abril, como un costurón sobre el cielo, brotó desde el monte una columna de humo. Era Miércoles Santo, alrededor de las 15:00, y la gente estaba enfrascada en sus asuntos. Nadie imaginaba que en aquella siesta, tan serena e impenetrable, iba a declararse un incendio en la sierra de San Bartolomé, en pleno Parque Natural del Estrecho.
Fueron los vecinos de los núcleos rurales de Betis y Betijuelo los primeros en percibir el fuego. Abajo, en la costa, en Tarifa, Bolonia y los chiringuitos a ambos lados de la N-340, la jornada festiva transcurría sin sobresaltos. A partir de ese momento, los efectivos del Plan Infoca tardaron cinco días en controlar las llamas, avivadas, día y noche, por el impenitente viento de levante.
Una semana después de declararse el incendio forestal que ha quemado 44 hectáreas de monte, la aldea de Betis, donde habitan alrededor de 200 personas, recupera la normalidad. Los vecinos vuelven a reencontrarse al mediodía en la pequeña tienda de ultramarinos de Lola Becerra. Es el único comercio en un radio de 7 kilómetros.
En las estanterías del local se amontonan productos de primera necesidad, principalmente de alimentación y algunos avíos de limpieza e higiene. Todos los parroquianos se conocen y saludan. El alcalde de Tarifa, Francisco Ruiz Giráldez, acaba de visitar la Asociación de Vecinos, una cita relámpago. "¡Por fin, Paco se digna a venir!", exclama con chanza un residente.
La Tarifa más desconocida
En descargo del regidor, llegar a Betis no resulta una tarea fácil ni rápida. Las alternativas son un desvío de la carretera hacia Bolonia, la CA-8202 —con el firme agrietado y bacheado, una rasante llena de desniveles y un trazado de curvas por doquier— o una pista militar en peor estado aún. Se tarda alrededor de media hora en salvar los 16 kilómetros que separan la aldea de Tarifa. Por ello, las reclamaciones históricas de los habitantes de las barriadas rurales de Betis y Betijuelo son la mejora de las comunicaciones, la conexión con la red general de agua potable y la limpieza del monte público.
"Los políticos hablan mucho sobre salvar la España vaciada, pero, en la práctica, no hacen nada por nosotros. Parece que les molestamos", cuenta una vecina que espera ser atendida en la tienda. "Todo son trabas administrativas y ninguna ventaja", concluye. Añade su marido: "Si nadie viviera en esta zona, a saber cuándo se habría dado aviso del incendio. La tragedia habría sido mucho mayor".
Peligra el único comercio de la aldea
Lola Becerra está a punto de perder su tienda, que ocupa el espacio del antiguo garaje de su padre. Según el Plan General Municipal de Ordenación (PGOU), Betis es un diseminado rural de Tarifa y no se considera suelo urbano. Por ello, sólo está permitido gestionar un negocio de estas características si se encuentra unido a una explotación ganadera. No es su caso. Desde el Ayuntamiento le han informado de que el PGOU está en trámites de modificarse, pero puede tardar, como mínimo, cuatro años. Mientras tanto, la actividad de Alimentación Betis no es compatible con el uso del suelo y debe cerrar.
La asociación de vecinos —que también ha promovido una recogida de firmas— está tratando que la tienda se traslade a una esquina de la sede. No quieren volver a quedarse sin el único comercio de alimentación en varios kilómetros. Las opciones más cercanas se encuentran en Bolonia, Facinas o Tarifa pueblo. Se echan las manos a la cabeza cuando piensan en los atascos que se forman en verano. "Ir a comprar, en plena temporada, se convierte en una odisea", explica un residente. "Con la carretera de Bolonia colapsada, es imposible entrar y salir de Betis a determinadas horas. Hay que hacer encajes de bolillos para poder comprar productos básicos", afirma.
"El asunto está ya en manos de Fiscalía. No puedo hacer más", expresa resignada Lola Becerra. "Mi tienda se ha convertido en un punto de encuentro para todo aquel que llega a Betis, de recogida de paquetes... Incluso han venido senderistas a los que he dado mi número de teléfono para ayudarles en caso de perderse en el monte". La joven —que lleva media vida trabajando como camarera en bares y restaurantes de Tarifa— pidió un préstamo y montó la tienda hace casi un año para mejorar su calidad de vida. "En cuanto me llegue la primera multa coercitiva, tendré que echar la persiana", admite.
"Yo me tiré a la piscina con este negocio. Sé que, llegado el caso, tengo las puertas abiertas en el mundo de la hostelería, se buscan camareros hasta debajo de las piedras, pero yo quiero estar aquí". Becerra describe las ventajas de vivir en el campo, entre sus animales, sin necesidad de coger el coche. Tiene perros, gallinas y un burro llamado Tamarón.
Una sierra salvaje
A pocos metros de Alimentación Betis, viven Sandra Jiménez, presidenta de la Asociación de Vecinos, y su marido, Chan, natural de la aldea. Ambos gestionaron durante años una popular pizzería llamada La Tabla, en Tarifa, famosa por la finura de su masa. Ahora alquilan cinco viviendas turísticas en Betis para personas que quieren pasar allí estancias largas, como mínimo, de un año. Sus inquilinos son un arquitecto de Madrid, una maestra, una policía nacional destinada en la aduana y un empresario.
La mayoría de los vecinos de la aldea trabajan fuera del núcleo rural, salvo Lola Becerra, que subsiste con su tienda, y otros dos habitantes que viven gracias al ganado.
"¿Te gustan las cuestas?", pregunta Sandra Jiménez mientras camina monte a través. "Si no conoces esto, apaga y vámonos", agrega. Ciertamente, la sierra de Bartolomé se encuentra en estado salvaje, sin señalizaciones ni senderos. En muchas zonas, tampoco hay cobertura de móvil. Cuesta trabajo abrirse paso entre la maleza. "Imagina lo que fue subir por esta pendiente, cargados con garrafas de agua, varias veces, para frenar las llamas". La zona más limpia de matorral es gracias a las cincuenta cabras que cría uno de los vecinos. "Supuestamente, el cortafuegos va por aquí", señala Jiménez hacia una maraña de ramas y zarzas. Es necesario agacharse para poder continuar.
"Aquí, la tarde en la que se declaró el incendio, no venía nadie. Ni bomberos ni carrocetas. Las tres que había, estaban en Betijuelo, cerca del restaurante El Tesoro Experience. Yo pasé la primera noche desesperada. Lo único que nos dejaron fue un retén que no podía actuar hasta la salida del sol", recuerda la presidenta de la asociación de vecinos. "El fuego llegó a diez metros de las casas. Se metía por debajo de las piedras, quemando los helechos, y era imposible pararlo".
El plan de autoprotección comunal que la Junta de Andalucía planea llevar a cabo antes del verano consiste en crear un cortafuegos perimetral —con una anchura aproximada de 15 metros— alrededor de Betis y Betijuelo. El proyecto llevaba tiempo en el cajón y los habitantes esperan que, a raíz del incendio de Semana Santa, los plazos de ejecución se acorten.
"Mires por donde mires, en este paraje, que es monte público, no hay limpieza ni mantenimiento alguno. El cortafuegos lleva sin limpiarse más de veinte años. La última actuación en la zona se realizó antes de la pandemia, a petición de los ganaderos", denuncia la representante de los vecinos de Betis. "Si no se toman medidas a tiempo, en verano, esta sierra arderá como una tea", vaticina. Y añade: "Si el monte no está cuidado, ¿de qué nos sirve a los vecinos tener un plan de autoprotección personal alrededor de cada vivienda, que sólo nos permite limpiar una franja de diez metros?", se pregunta.
"Los propios técnicos del Infoca nos han dicho que sospechan que el fuego ha sido intencionado", prosigue la antigua dueña de la pizzería La Tabla. Las causas del fuego se están investigando, pero la aparición de dos focos lo suficientemente alejados entre sí hace pensar que el incendio no fue accidental.
El canto de las perdices
Chan, el marido de Sandra, hizo de guía a los técnicos del Infoca para que no se extraviaran en mitad del fuego. Ha perdido cinco kilos en los últimos días. "Son zonas inaccesibles para cualquiera que no conozca el terreno", explica Chan con sencillez. "Desde que nací, llevo 57 años pateando esta tierra. Para mí, este campo lo es todo", añade emocionado.
"Esta mañana, por primera vez desde el incendio, he vuelto a escuchar las perdices. Me han alegrado la vida. Hemos pasado casi una semana en silencio", subraya. Recuerda la tarde en que su madre le sirvió un plato de jamón y queso a los técnicos del Infoca para que cogieran fuerzas antes de volver a perderse en el monte. "Los chavales se han dejado el pellejo", agradece Chan. "En la parte de Betijuelo y la finca de El Chaparral, que sí tienen cortafuegos, mandaron muchos más medios. A nosotros, en Betis, nos dejaron prácticamente solos".
A lo lejos se aprecia una corona de pinos quemados. Allí es donde anida el águila perdicera. También la culebrera. Las buitreras se han perdido con el fuego. "Veías a los pájaros dar vueltas, volando sobre las llamas. Daba mucha lástima", lamenta Sandra. "Sentimos mucha impotencia".
El vuelo del alimoche
"Es gracioso. Desde la dirección del Parque Natural del Estrecho, todos los años se organiza una repoblación, de acebuches o lo que toque", narra un paisano sentado bajo un cañizo frente a la tienda de Lola Becerra. Es mediodía y el sol, ya duro, aprieta. "¿Pero de qué sirve repoblar si luego permiten que este monte sea un polvorín? Son las tonterías de los ecologistas".
El hombre de campo tiene, a los pies, una bolsa con fruta recién comprada mientras bebe un café. "La realidad es la siguiente: tenemos una administración que no es capaz de mantener en correcto estado el monte público y, a la vez, activa todos sus resortes para cerrar la única tienda de alimentación de un pueblo".
Ya en pie, explica que, desde el Parque Natural, han prohibido la escalada y hacer senderismo en una parte del monte debido a la presencia de alimoches. "Dicen que el ruido les molesta, pero la semana pasada el fuego ha estado a 200 metros de ellos, sumado a los helicópteros, el meneo de la gente... Los animales no se han inmutado. Ahí siguen". Justo en ese instante, la pequeña rapaz blanca atraviesa el cielo.
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