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Las plazas de toros de Tarifa

Patrimonio

A lo largo de la historia, varias plazas públicas e incluso el mercado de abastos han servido como cosos taurinos en la ciudad hasta la construcción de la plaza actual, inaugurada en 1889

En el interior de la actual plaza de toros de Tarifa se evidencia la simplicidad de la construcción.
Andrés Sarria Muñoz

12 de enero 2021 - 23:05

Tarifa/La plaza mayor o principal de pueblos y ciudades era el tradicional escenario de las llamadas fiestas reales de toros hasta que, en el siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX, se fueron construyendo las plazas permanentes en las periferias. Así también mutaron de su forma cuadrangular u ochavada a la redonda o ruedo y permitieron un aforo mucho mayor.

En esta evolución tuvo que ver la imparable popularidad de la fiesta y su inevitable mercantilización, terminando como un mero negocio rentabilizado por empresarios. Tarifa no es una excepción y también ha pasado por este proceso, aunque tuvo aquí sus pormenores particulares, naturalmente.

Plaza de Santa María

Siempre ha sido considerada como la Plaza Mayor de Tarifa, pese a no ubicarse en el mismo centro urbano. Por su amplitud y conformación rectangular, con lados de unos 50 metros, es el espacio intramuros con mejor disposición y trazado para acoger los festejos más solemnes. Hasta 1820, aquí se celebraron las fiestas reales, es decir, la lidia a caballo en plaza cerrada, y en su caso, otros juegos caballerescos que solían acompañar a los toros, como es el de las cañas. Así tenemos que en la festividad del patrono San Mateo de 1635 el Ayuntamiento hizo traer una docena de astados para lidiarlos “en la plaza de Santa María, como es costumbre”.

Plano esquematizado de comienzos del siglo XIX. Señala la plaza de Santa María como la plaza de Tarifa

Su montaje se llevaba a cabo delimitando el coso con talanqueras y disponiendo un tinglado de sencillos andamios o cajas de madera para asiento de los espectadores. Las primeras autoridades se situaban en el balcón del pósito antiguo, un pequeño mirador del todo inadecuado para acoger a la corporación municipal, que en 1632 llegó a suspender las corridas hasta hacerle las reformas indispensables. En 1669 fue reconstruido y pudo continuar sirviendo de palco presidencial. Luego necesitó de más reparaciones, como la realizada para las fiestas reales organizadas en julio de 1732, “haciendo componer la plaza y mirador de la ciudad de forma que quede decente”.

Aquel viejo pósito del baluarte solo servía de mirador en los esporádicos festejos de toros, sin que cumpliese de modo conveniente su función de granero público debido a su pequeñez y estado casi ruinoso. En 1763, el Ayuntamiento determinó construir allí mismo un nuevo pósito más grande, incorporándole una balconada dando a la plaza y con subida independiente del almacén, pensando en su uso como palco. En el proyecto se hablaba de dotar al edificio de un solo balcón, como siempre había tenido. La reconstrucción no se llevó a cabo hasta los últimos años del siglo XVIII, y fueron tres los balcones que se le incorporaron, siendo reformados y mejorados en 1836.

El mercado de abastos

El convento de la Santísima Trinidad fue abandonado en 1771 por tener su iglesia amenazando con derrumbarse tras sufrir los efectos del gran terremoto de Lisboa de 1755. Durante un tiempo todavía sirvió de cuartel y también como escuela, hasta que en 1801 el Ayuntamiento ordenó su urgente demolición en previsión de daños irreparables. Años después decidió valerse de aquel sitio para un mercado de abastos, de que entonces carecía la población, siendo inaugurado en marzo de 1835. Se trata de un espacio rectangular junto a la muralla con una superficie similar a la plaza de Santa María.

El antiguo convento trinitario fue reconvertido en mercado en 1835. Ese año sirvió también como provisional plaza de toros

En este atípico escenario se ofrecieron diez corridas en ese año 1835, aprovechando la celebración de la feria de ganado en septiembre, que entonces empezaba su andadura. A fin de disponer la plaza con su arena y gradas, hubo que desmontar los puestos del mercado, que se trasladaron provisionalmente a otro lugar.

Estas funciones fueron promovidas por los jefes de la milicia nacional de Tarifa, obligándose mediante contrato a cumplir ciertas condiciones por el uso temporal del mercado. El Ayuntamiento lo cedía en alquiler por un periodo de cuatro meses, de septiembre a diciembre, a razón de trece reales diarios. Al término de la concesión, se devolvería tal y como fue entregado, reconstruyéndose todo lo que hubiera sido preciso demoler.

Cuando en 1836 también se pretendió celebrar aquí algunas corridas más en los meses de verano y hasta los días de feria, los disgustados comerciantes reclamaron una rebaja en los alquileres de sus puestos. Ya en abril estaban solicitando instalarse en la plaza del Matadero, o sea, en la Puerta del Mar, hasta que quedase “expedita y libre de los obstáculos que hoy experimenta la plaza del mercado, transformada en la de toros”. Pero el Ayuntamiento rechazó el traslado inmediato; y tampoco hubo necesidad porque estas previstas corridas no llegaron a verificarse por falta del preceptivo permiso gubernativo.

Proyecto de plaza en la tenería vieja

Vistos los muchos inconvenientes que suponía el desalojo de los puestos de la plaza de abastos para organizar aquí corridas durante varios meses, pronto se pensó en montar un coso en otro sitio más despejado. Con tal propósito, los vecinos Pedro Aguilar y José García se asociaron en 1839, planteando “formar una pequeña plaza en la tenería vieja para correr algunos novillos”. Esto que llamaban tenería vieja era un caserón medio arruinado de unos 280 m(2) que había servido como antigua curtiduría, ubicado a muy corta distancia de la actual plaza de toros, frente a la fábrica de conservas La Tarifeña.

Plano parcial de Tarifa en 1909. La plaza de toros y matadero (M) en las afueras. Cercano aparece el solar de la tenería vieja, señalado con P.11

El Ayuntamiento concedió la licencia para levantar esta plaza provisional y celebrar funciones hasta finales de octubre a cambio de recibir 1.000 reales, que se destinarían a equipamiento de las compañías de Infantería y Artillería de la milicia nacional. También valoraba el que de esta forma se proporcionaría al sufrido vecindario una “sencilla y honesta diversión”. Incluso nombró una comisión que se encargaría de inspeccionar el edificio y andamios a fin de que cumpliesen las debidas condiciones de seguridad. Pero todo estaba supeditado a que los empresarios obtuvieran la aprobación del gobernador civil provincial, que tampoco se avino a concederla en esta ocasión. Por tanto, la iniciativa solo quedó en el proyecto de plaza.

La actual plaza de toros

Desde aquellas corridas del año 1835 en la plaza de abastos, los regocijos consistieron en la tradicional y popular lidia de reses por las calles, sueltas o enmaromadas. Era un espectáculo gratuito que congregaba a un buen número de atrevidos corredores, así como a espectadores que acudían del término tarifeño y de localidades comarcanas, sobre todo en los días de las fiestas patronales.

Finalmente, un grupo de vecinos de posibles, aficionados y ganaderos, como los Núñez, se plantearon rentabilizar el festejo taurino organizando corridas formales. Vieron la oportunidad esperada aprovechando la urgencia con que el Ayuntamiento trataba sobre la necesidad de un nuevo matadero municipal. Entonces se constituyeron en los accionistas de una sociedad anónima que se denominó Constructora Urbana.

En agosto de 1888 fue cuando la dicha constructora propuso construir el matadero, que contaría con un “corral capaz para Circo, Picadero o Plaza para corrida de novillos”. Pretendía enmascarar su interés por la explotación de la plaza presentándose como una especie de asociación filantrópica que solo deseaba contribuir al desarrollo y bienestar del pueblo, por lo que pedía la protección y apoyo del Ayuntamiento. Pese a la resistencia de algunos concejales, la propuesta de la sociedad fue aprobada con el carácter de urgente ejecución, adjudicándole para ello un terreno sin utilidad agrícola al noroeste de la ciudad, colindante con la playa de Los Lances. Una exigencia era que los peritos municipales supervisarían la construcción como si se tratara de una obra pública. Además, en el caso de destinar la plaza para corridas o cualquier otro espectáculo, el arquitecto de la Diputación provincial tendría que comprobar sus condiciones de solidez, seguridad y capacidad. Y una vez construido, el matadero sería cedido al Ayuntamiento en régimen de alquiler o por venta.

Cartel para la inauguración de la plaza de toros en la feria de 1889.

A todas luces, la empresa promotora, que también gestionaría las corridas, construyó con premura a costa de no hacer bien las cosas. La plaza fue inaugurada en la feria de septiembre de 1889 sin estar acabado el conjunto de la obra, faltando por terminar precisamente el matadero. Se ofrecieron entonces dos novilladas con reses de sendas ganaderías tarifeñas, la de Joaquín Abreu y Núñez y la de Lorenza Reinoso, viuda de Carlos Núñez Lardizábal.

La edificación tiene poca altura exterior, una exigencia de la autoridad militar, que por razones de defensa bloqueó en 1865 ubicar el matadero en un punto elevado algo más al norte. Esto se consigue aprovechando para gran parte de los tendidos el desnivel natural que conformaba el lado derecho de la cañada o regajo que por allí desembocaba en el mar. Igualmente, sus dimensiones son bastante reducidas, con un graderío que puede albergar unos 3.000 espectadores; sin embargo, no es de las más pequeñas de España.

El matadero quedaba situado al sur, en la parte baja, del lado de la playa, por donde habría de entrar el ganado tanto para el sacrificio como para la lidia. Al ser esta la zona de sombra, aquí se sitúa el palco de presidencia, encima de las puertas de toriles y de salida de toreros y picadores. Esto conlleva otra particularidad de esta plaza: las cuadrillas salen al ruedo de espaldas al presidente, debiendo dar la vuelta pasados los medios para dirigirse a él y cumplir con el saludo protocolario. Y una peculiaridad más: dado que la entrada del público se hace por el lado de mayor elevación del terreno, hay que bajar gradas para acceder a los asientos.

No resulta muy creíble que la Constructora Urbana se hubiese constituido realmente como una entidad sin ánimo de lucro, pero lo cierto es que las corridas nunca fueron un negocio rentable. De hecho, ya en 1914 la sociedad pretendió vender al Ayuntamiento “el edificio matadero con su corraleta conocida por la plaza de toros”, aunque tal operación no llegó a realizarse.

El viejo matadero municipal estaba adosado a la plaza de toros

Finalmente, en 1948 Carlos Núñez Manso, en representación de la empresa, le cedió la plaza en arriendo juntamente con el matadero. Por tanto, a partir de ese momento también fue cosa del municipio la gestión de los festejos taurinos en Tarifa. No obstante, estas instalaciones venían adoleciendo de las necesarias condiciones de seguridad e higiene y del material adecuado para la matanza; así que algunos años después, en 1957, sería inaugurado un nuevo matadero propiamente municipal en un solar apartado de la plaza.

Salta a la vista que la obra carece de interés artístico o arquitectónico, con la salvedad, si acaso, de haberse construido en ladera, fórmula que no es exclusiva, sino que también se da en otras plazas, como la de Villaluenga del Rosario, en la misma provincia gaditana. Los materiales son pobres, repercutiendo en esa simplicidad y falta de solidez que ya presentaba de inicio. Solo dos años después de su inauguración hubo que hacerle trabajos de consolidación. Y desde luego que no ha sido su reforma más acertada el añadido de ladrillos que corona el edificio, ofreciendo una feísima estampa de obra inacabada. Claro está que poco se puede reprochar la sencillez de la construcción habida cuenta del objeto al que en principio estaba destinada la plaza: servir como corral del pequeño matadero anejo que hoy vemos prácticamente en ruinas.

Las últimas corridas se dieron en la feria de 2016, y desde entonces el deterioro de esta singular placita parece irremediable. Sobra decir que el patrimonio histórico tarifeño saldría bastante perjudicado si se pierde fatalmente por abandono o desidia. Cuestión aparte es el uso que se le podría dar en el futuro.

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