La tormenta deja su firma en Tarifa y produce un mar de aguas fecales en la playa de Los Lances
El colapso del colector en el paseo marítimo provoca un nuevo vertido de aguas residuales sin depurar en pleno Parque Natural del Estrecho
Una fuerte tormenta inunda por completo el centro urbano y el paseo marítimo de Tarifa

Tarifa/Tarifa amanece este sábado, primero de marzo, tras la violenta tormenta que clausuró el Día de Andalucía. La playa de Los Lances despierta cubierta de lagunas oscuras. No se trata de la blanca y caprichosa espuma de las olas, sino una costra sucia que huele mal. A un lado, una comprensa abierta como una flor podrida. Más allá, una guirnalda de toallitas higiénicas trepando por la arena como enredaderas viscosas. El agua del mar se ha vuelto de un marrón dudoso y en el aire flota un aroma que no figura en los folletos turísticos.
El temporal de la tarde anterior trajo consigo una cortina de agua feroz que barrió Tarifa, arrastrando con ella lo que encontró a su paso. Pero el problema no fue la lluvia, sino el viejo enemigo que aparece en cada aguacero: el colector del paseo marítimo, ese tubo de Pandora que, incapaz de digerir su propio contenido, optó por vomitarlo. Una vez más, el vertido de aguas residuales sin depurar se abrió camino hasta la playa, inundándola de un líquido turbio en el que flotaban restos de la vida cotidiana que no deberían haber acabado allí.
El paseo marítimo se convirtió en un campo de refugiados improvisado. Los transeúntes, sorprendidos por la marea de inmundicia, tuvieron que trepar a bancos, refugiarse en chiringuitos o apostarse sobre el muro para no hundirse hasta los tobillos en una mezcla nauseabunda de pluviales y fecales. Algunos rieron de puro desconcierto; otros torcieron el gesto. "Esto ya ni sorprende", murmuró un vecino, con el cansancio de quien ha contado la misma historia demasiadas veces sin que nadie la escuche.
El problema es viejo y conocido. La estación de bombeo no da abasto y, cuando la lluvia arrecia, el exceso de agua busca el camino fácil: el colector del paseo. Este vertido repetido convierte la playa en una cloaca a cielo abierto, un insulto diario al Parque Natural del Estrecho, a la Red Natura 2000, a la Reserva de la Biosfera y a cualquier idea razonable de higiene pública. La consecuencia directa es un desastre ambiental en un lugar donde juegan niños, pasean familias y los perros corren despreocupados hasta que se revuelcan en el lodo equivocado.
El Lagoon de Los Lances, ese humedal que debería ser refugio de aves y no de residuos urbanos, ha recibido este 28 de febrero su ración habitual de aguas contaminadas. Las olas arrastran la inmundicia hasta los límites del parque, y allí se queda, como testimonio de una gestión que hace aguas. Las denuncias de los ecologistas se acumulan desde hace años, pero la respuesta es siempre la misma: la culpa es de la lluvia, de la mala planificación urbanística, de la falta de coordinación entre administraciones. La culpa, en definitiva, es de nadie.
Las soluciones existen, pero son incómodas. Un tanque de tormentas, un emisario submarino, una infraestructura capaz de absorber el impacto de los días de lluvia intensa. Nada de esto es ciencia ficción. Lo que sí parece un delirio es seguir contemplando cada temporal como un fenómeno aislado, un castigo divino en lugar de la consecuencia lógica de la inacción. Mientras tanto, la playa de Los Lances se ha acostumbrado a este ciclo absurdo: lluvia, vertido, resignación.
Hoy, primero de marzo, el sol asoma tímidamente sobre Tarifa y el viento, en su eterna pelea con el Atlántico, intenta barrer los olores de la catástrofe. Pero la realidad sigue ahí, enterrada en la arena y flotando en el agua, esperando a la próxima tormenta.
Un 28 de febrero pasado por agua
No hizo falta que la bandera andaluza ondeara en los balcones para saber que los cielos se habían unido a la celebración del 28 de febrero. Bastaba con mirar las calles de Tarifa, convertidas en canales improvisados por donde el agua avanzaba con la determinación de quien ha tomado la ciudad. Entre las 19:00 y las 19:30, el cielo se desplomó sobre el municipio, dejando caer casi 18 litros por metro cuadrado en apenas unos minutos. Lo suficiente para que el paseo marítimo, el centro y los barrios bajos se convirtieran en un laberinto de charcos y corrientes traicioneras.
El teléfono de emergencias 112 sonó sin descanso. Avisos de garajes convertidos en piscinas, sótanos tragados por la corriente y casas donde la lluvia entraba sin pedir permiso. En la calle General Copons, el agua cruzó el umbral de una tienda como un cliente más, pero sin intención de comprar. En la calle Bering y la Santísima Trinidad, los vecinos asistieron impotentes a la transformación de sus viviendas en improvisados lagos urbanos. En la plaza Guillermo Pérez Villalta, un garaje quedó sepultado bajo una marea inesperada.
Pero la escena más angustiosa la protagonizó un hombre atrapado en su propio kiosco. Mientras la tormenta rugía, se quedó encerrado entre sus revistas y chucherías, como un náufrago rodeado de islas de papel y azúcar. Tuvo que pedir auxilio para ser rescatado.
El granizo también quiso dejar su huella, repiqueteando sobre los tejados y acumulando piedras y arena en los puntos más bajos. El agua, al retirarse, dejó tras de sí un paisaje de escombros y barro, un recordatorio de que la naturaleza, cuando se enfada, no necesita pedir permiso para entrar.