Este es el título de la cinta que dirigió Ron Howard en 2001, basada en la novela homónima de Sylvia Nasar. Todos tenemos en mente la soberbia interpretación de Russell Crowe, que cambió su rol de gladiador emeritense por el del científico norteamericano John Forbes Nash, el cual logró el premio Nobel de Economía por sus aportaciones a la Teoría de los Juegos. En las académicas praderas de Princeton, en los vertiginosos despachos de Massachusetts y en inquietantes corporaciones estatales, Crowe dio vida a un brillante y atormentado matemático en tiempos de guerras frías, cinematográficas formas y novelescos guiones de Ian Fleming.

Han pasado los años y recurrentes horizontes bélicos nos recuerdan la constante vigencia del aserto de Plauto del Lupus est homo homini. Sin embargo, a pesar de tantas amenazantes velas negras, de vez en cuando asoman buenas nuevas que avivan adormecidos ánimos y los rescoldos de lo mejor de la condición humana, todo un acicate y una muestra de confianza en tiempos de incertidumbres y flaquezas.

Recientemente ha tenido lugar el acto institucional de entrega de la Bandera de Andalucía de la Provincia al catedrático de Química Médica Asier Unciti-Broceta. Con el equipo que dirige en el Instituto de Genética y Cáncer de la Universidad de Edimburgo, ha logrado interesantes avances en el tratamiento de la enfermedad tabú y ha conseguido que un nuevo fármaco pueda comercializarse con el objeto de inhibir una proteína involucrada en el avance impredecible y excesivo de un mal complejo y taimado, que sigue amenazando nuestras conciencias en momentos de multiplicadas inseguridades.

El galardonado no pudo acudir al teatro de San Francisco de Vejer a recoger la distinción, pero su imagen y sus palabras estuvieron presentes en el acto. Entre institucionales decorados, formales vestimentas, verdes moquetas y blancos arreglos florales, la imagen de Asier se coló con la frescura de las ventanas recién abiertas en forma de pantalla y conexiones a distancia. Con un informal polo azul mahón y un fondo casero de alocasias en remojo, macetas de cintas y una destacada acuarela de la plaza Alta, el brillante investigador algecireño transmitió con la más sabia y humilde de las cercanías unas palabras que eran todo un canto a la vida y a la esperanza, al reconocimiento y al trabajo en equipo, a las virtudes de la investigación científica como instrumento que puede hacer mucho más llevaderas nuestras vidas. Con un acento familiar de San José Artesano, con un pelirrojo seseo forjado tras juveniles levantes a orillas de un mar, de un colegio y de un territorio que espera llevar su nombre, el nuevo galardonado emparejó la pasión con el conocimiento y se mostró convencido de la utilidad de las herramientas científicas para mejorar nuestra existencia. Con palabras tan cercanas de una mente maravillosa es fácil mantener la esperanza en tiempos de incertidumbre. Gracias por ello.

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