Tribuna de opinión

Manuel Rodríguez Illana

Profesor y analista mediático

A toro pasado

"De mantenerse la tendencia parece probable que algún día las corridas no sean más que el recuerdo de una triste costumbre pretérita", defiende el autor La eliminación del Premio Nacional de Tauromaquia, un peligroso precedente

Aficionados en la plaza de toros de Ciudad Real.

Aficionados en la plaza de toros de Ciudad Real.

Al calor del debate de la supresión del llamado Premio Nacional de Tauromaquia, me permito poner en el foco algunos elementos discursivos y mediáticos. Leo que el presentador Ramón García, objeto de la rima consonante más famosa de la historia, acaba de exteriorizar su rabia en la televisión castellanomanchega aduciendo que el cártel de las corridas de toros ayuda a una asociación en favor de las personas con discapacidad intelectual. Algo que celebro pero cuya utilización retórica a la hora de justificar este tipo de prácticas no diferiría esencialmente de la defensa de las actividades mercantiles de Pablo Escobar basándose en la nutrida actividad filantrópica que (indudablemente) llevó a cabo este último personaje.

Y es que a pesar de las regulares jeremiadas de quienes se posicionan a su favor, las corridas han gozado de una atención mediática muy superior a aquella proporción en que el general de la población muestra su interés por ellas. En multitud de ocasiones los informativos de una conocida cadena autonómica con nombre de punto cardinal me mantienen al tanto (aun contra mi voluntad, cual fumador pasivo) de las hazañas carniceriles de tal o cual diestro y siniestro que ha triunfado en tal o cual festejo local. Tal como hace dicho canal, una red de emisoras locales dedica un espacio semanal al tema en el que, al final de uno de los programas, su presentador arenga a sus televidentes para que acudan a los cosos con la frase “la Fiesta te necesita”, lo que nos lleva a la subsiguiente reflexión: si, como dicen, se trata de una celebración tan popular, ¿qué necesidad habría de llamar a salvarla?

Hace años, en un documental ad hoc de la misma televisión que tanta información (y retransmisiones en directo) nos proporciona con respecto al asunto, un profesor universitario de Literatura trataba de subrayar, tal como se está haciendo ahora (entonces con la abolición en Cataluña como telón de fondo) que detrás de los movimientos por la supresión de las corridas no habría sino maniobras del poder político contra la supuesta afición que por “la Fiesta” siente “el Pueblo”, principal perjudicado de los taimados manejos prohibicionistas.

Sin embargo, Juan Manuel Moreno, habitual de estos espectáculos, ha declarado con su presencia en ellos respaldarlos “a título personal e institucional” en tanto “tradición y cultura”, etiquetas ambas que, ciertamente, podemos adjudicar sin vacilación al enfrentamiento hasta la muerte de gladiadores en los circos romanos; práctica que, a pesar de su adscripción sin vacilaciones a dichos campos semánticos, presumo que nadie (o poca gente) se animaría a promover hoy. Su antecesora en el cargo, Susana, Díaz, junto con Felipe VI (el mismísimo jefe del Estado) y el entonces rector de la Universidad de Sevilla (por cierto a la postre consejero de Economía, no cualquier cosa) presidieron, con sendos apologéticos discursos, una entrega de premios universitarios y trofeos taurinos organizados por la Real Maestranza de Caballería de esa ciudad. La Junta de Díaz había presionado al Ayuntamiento de Utrera para que retirara una ordenanza contra la asistencia de menores a las corridas: uno de quienes se prodigaba en ellas acompañado de su hijo pequeño, por cierto, era (de nuevo, nada menos) el afamado intérprete dramático y exvicepresidente del Gobierno español Alfonso Guerra.

Un exministro de Interior, José Luis Corcuera, participó en un foro sobre su Ley Taurina al que solo se podía acceder mediante invitación personal y numerada, enumerando algunos de sus aspectos “pero sin dar demasiado ruido porque no es bueno que los ecos lleguen a los que, dentro y fuera de España, se manifiestan abiertamente en contra de la fiesta”. O sea, un ministro tomando partido por las corridas y hablando semisecretamente para que una parte de la población para la que gobernaba no conociera los detalles de la ley que había elaborado.

Cuando se supo que la Comisión de Medio Ambiente Europea iba a solicitar en el reino de España un referéndum sobre la posible supresión de las corridas, la Confederación Nacional de Agricultores y Ganaderos pidió por carta al presidente del Parlamento Europeo, ya en 1986, que no se celebrara reconociendo su escaso seguimiento entre la población y abogando por el “respeto a las manifestaciones culturales y minoritarias” (sí, y sic). Spoiler: lo consiguieron.

No ejerceré de profeta pero de mantenerse la tendencia parece probable que algún día las corridas no sean más que el recuerdo de una triste costumbre pretérita. Personalidades ilustres del andalucismo histórico como Antonio Ariza, Pedro Vallina, Eugenio Noel o el propio Blas Infante llevaron a cabo sonoras campañas contra ellas. Entretanto, muchas víctimas sufrirán aún un cruel destino. Ojalá la fecha del a toro pasado llegue pronto.

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